Hace tiempo me topé en una revista infantil de animales con un reportaje sobre la educación de los conejos como animales domésticos. Como la mayoría de los educadores de animales, la línea que siguen es bastante conductista, es decir: premios para reforzar la conducta que deseamos y castigos para hacer desaparecer la indeseada.
CRIAR SIN CASTIGOS
Aunque no entraba en mis planes tener conejos en casa, seguí leyendo el artículo y me sorprendió el hecho de que los autores eran bastantes desmitificadores sobre el castigo en los animales. Os voy a copiar unos párrafos que no tienen ni una coma de desperdicio:
“La mentalidad popular supone que igual que se premia la acción correcta, debe castigarse la incorrecta. La experiencia ha probado que, mientras la recompensa siempre refuerza la respuesta correcta, el castigo, en general, no debilita la incorrecta. El miedo al castigo hace que el animal trate de evitarlo mediante un comportamiento de huida, mientras que la conducta indeseada permanece.”.
Era tan interesante que no pude dejar de leer...
“En general, el castigo tiene efectos negativos y es inoperante con los conejos. Tu conejo no va a aprender que no debe hacer algo por el hecho de que le grites o le castigues. Con tu brutalidad, sólo vas a lograr un animal asustado que te tenga miedo. Por el contrario, los conejos reaccionan muy bien a los premios y están dispuestos a responder a los estímulos agradables que puedas darle.”.
Ya estaba absorto, hipnotizado por el reportaje...
“Un conejo no es como un pez, que basta con contemplarle, un conejo necesita compañía y debes dedicarle un mínimo de 2 horas diarias. En ese tiempo, debes acariciarle, jugar con él hacer que haga suficiente ejercicio para mantenerse sano...”
Recordé que Carl Honoré hacía referencia en su libro “Bajo presión” a un estudio en Inglaterra, en el que concluían que los padres le dedican, como media, 10 minutos diarios de su tiempo a sus hijos. Esto quiere decir que si hay algún niño cuyos padres están con él 20 minutos, hay otro que no los ve en todo el día.
La frase estrella del reportaje, la que estaba destacada en mayúsculas y en color rojo, y que me llegó al alma era la siguiente:
“Respeta la independencia de tu conejo. No esperes que tu conejo haga lo que quieres en todo momento, es un ser vivo, no un robot.”
Prometo que es un artículo real, no es un recurso literario para hablar contra el uso de los castigos; algo así se le hubiera ocurrido a Borges, pero no a mí.
CAMBIO DE PERSPECTIVA
No sé si alguno lo ha hecho ya, pero me gustaría proponeros que leyerais de nuevo los párrafos citados, cambiando “conejo” por “niños/hijos”. Yo pensé en muchos de mis pacientes, en las infancias que han tenido y en el trato (o maltrato) que recibieron de sus padres. Seguro que ellos hubieran deseado que sus padres les trataran como a estos conejos de la revista.
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LOS CASTIGOS PERJUDICAN LA SALUD
Hace mucho tiempo leí un comentario sobre los derechos de los niños. Puede que me falle la memoria, pero creo que decían que, a mediados del s.XX, había una legislación sobre los derechos de los animales y no existía nada sobre el derecho de los niños, es decir, no tenían ningún derecho reconocido. Un abogado "sensible" argumentó que los niños, en cuanto que animales, deberían tener, al menos, los mismos derechos que estos. A partir de entonces, se legisló y nacieron los derechos de los niños que hoy tanto defienden las instituciones y las ONGs. Agradecería que si alguien tiene más detalles sobre este tema, me los hiciera llegar, ya que escribo de memoria y hace mucho tiempo que leí esto.
Cada vez hay más estudios científicos que demuestran el daño de la violencia en la infancia (este será un tema para otro día), pero, desgraciadamente, aún hay mucha gente que defiende el uso del “cachete merecido”. Lo sorprendente es que, incluso, gente inteligente y con estudios superiores lo siguen justificando.
Lo que resulta muy desventurado en todas estas dinámicas de violencia gratuita es que si realizáramos una verdadera y sincera, biografía personal de los acérrimos defensores del cachete, veríamos los maltratos a los que, seguro, fueron sometidos de pequeños.
Al final de toda esta triste historia, resulta que muchas personas, por culpa de la educación violenta que recibieron, realmente son “robots”. Pegan porque de pequeños, en su cerebro, se les gravó la orden de que golpear era bueno y necesario para los niños (si lo hacía Papá o Mamá ¿cómo va a ser malo?). Pegan de forma automática, sin cuestionarlo y defendiéndolo a capa y espada. Pegan porque utilizaron con ellos los refuerzos negativos que no son justificables ni para los conejos.
Una historia muy triste ¿verdad?
Ramón Soler, Psicólogo