Las bases de la relación con nuestros hijos se construyen desde su época de bebés y niños. Si, desde que son pequeños, estamos disponibles para ellos, al llegar a la adolescencia, las madres y los padres seremos la primera opción a la que acudir cuando tengan un problema.
Sin embargo, si desde su más tierna infancia, nuestra relación se basa en las amenazas, los castigos y los chantajes, una vez llegada la adolescencia, será complicado que nuestras hijas e hijos se abran a nosotros a la hora de pedir ayuda.
Antes, buscarán comprensión cerca de sus amigos o de otros adultos con los que se sientan que pueden hablar con más confianza.
Los premios, los castigos, las órdenes, las regañinas, son todas formas de enjuiciar a los demás. En una época de tantas dudas y vulnerabilidad como es la adolescencia, en la que ellos mismos no paran de cuestionarse y de juzgarse, el recibir la crítica continua de los adultos de su alrededor resulta muy perjudicial para su autoestima y para la construcción de su identidad.
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La adolescencia es una época de experimentación, de realizar elecciones vitales, si nuestra relación se basa solo en reproches e imposiciones, nuestros hijos sentirán que les estamos cortando las alas. También, dudarán de sus elecciones y acabarán pensando que están equivocados en todos los caminos que emprenden.
Nuestros hijos no deben crecer a nuestra imagen y semejanza.
En la niñez, en la adolescencia, tenemos que acompañarles desde el respeto a sus elecciones, no desde la imposición a las nuestras. A lo largo de su vida, ellos siempre deben sentir la confianza que tenemos en ellos y nuestro apoyo incondicional.
Por supuesto, se equivocarán, también nosotros lo hacemos. Justo, en estos momentos, debemos, más que nunca, seguir basando nuestra relación en la confianza mutua y el dialogo constructivo, jamás en la amenaza o la represión.
Ramón Soler, Psicólogo
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