Imaginemos la siguiente escena que tiene como protagonista a una niña de 5 años cuyo padre llegaba completamente borracho casi cada noche.
- En casa eran frecuentes las discusiones, los gritos y los bofetones cuando algo le enfadaba.
- Un día de los que venía “calentito”, cuando empezó a gritarle a mamá porque la cena estaba muy salada o muy sosa, nuestra protagonista se fue a su habitación y se escondió debajo de la cama a esperar que pasase el huracán. Al menos por ese día, su padre no se la cruzó y no le pegó.
- Podéis imaginar lo que hizo la niña la noche siguiente, nada más escuchar las llaves abriendo la puerta de casa. Efectivamente: corrió a esconderse debajo de la cama y volvió a evitar la paliza.
De esta manera, se fue instaurando el patrón de “esconderse cuando hay un conflicto”.
La niña creció y, ya en el colegio:
- no protestaba cuando le quitaban sus lápices. Cuando intuía algún conato de discusión, ella procuraba bajar la cabeza y desaparecer sigilosamente de la escena.
- Actuaba de esta forma automatizada siguiendo el patrón de supervivencia que había desarrollado ante cualquier tipo de ataque teñido de agresividad.
- Para esta niña, “la profesión iba por dentro”.
Pasaron los años y, ya en su edad adulta, entró a trabajar en una oficina. Le preocupaba mucho una reacción que tenía y que no era capaz de controlar:
- no podía mirar a su jefe a la cara cuando le estaba recriminando algún pequeño fallo que había cometido.
- Su primer impulso era bajar la mirada y quedarse callada para evitar el enfrentamiento.
Casi treinta años más tarde, el patrón que aprendió en su infancia para evitar
las palizas de su padre seguía activo, salvo que ahora le entorpecía en su vida
adulta. Ya no había peligro, su jefe no le iba a dar ningún azote, pero su
cuerpo seguía reaccionando como cuando era pequeña.
Estos patrones se quedan tan instaurados y cuesta tanto trabajo deshacernos de ellos porque, en algún momento, nos sirvieron para salir de alguna situación difícil, donde nos sentíamos en peligro y no teníamos otras herramientas para defendernos.
En Terapia, el trabajo no consiste en cambiar estos patrones a la fuerza, sino el hacer comprender a nuestro yo interno que la amenaza ha desaparecido, que ya no peligra nuestra vida y que podemos buscar una estrategia más sana de enfrentarnos a las situaciones que nos estresan.
No podemos reprochar nada a esos patrones, debemos recordar que nos salvaron la vida en un momento en el que no teníamos más alternativa. Debemos agradecer sus servicios, pero entendiendo que ya no son necesarios.
Esto, lo va logrando la persona a lo largo de la terapia reforzando al niño, al yo de su infancia, prestándole la ayuda y el sostén que no tuvo en su momento.
Ramón Soler, Psicólogo