A menudo escuchamos hablar de emociones positivas o negativas. Pero en realidad no existen emociones buenas o malas.
Todas las emociones, sin excepción, tienen una razón de ser profunda y un propósito adaptativo.
Todas son útiles y necesarias para nuestra supervivencia y para nuestro bienestar psicológico.
Por supuesto, algunas son muy agradables (como la alegría o la serenidad) y otras nos producen un intenso malestar (como la tristeza, el miedo o la rabia). Sin embargo, esta cualidad de «desagradable» no las convierte en malas para nosotros. Muy al contrario: la tristeza puede impulsarnos a buscar apoyo; la ira, a defendernos; y el miedo, a actuar con precaución ante lo desconocido.
Una emoción que nos produce malestar nos avisa de que algo nos está dañando o de que debemos mantenernos alerta.
Por ello, todas las emociones son igual de valiosas y necesarias: su función es señalarnos el foco del dolor y actuar como una brújula interna que nos guía hacia aquello que requiere nuestra atención para ser modificado, sanado y superado.
El verdadero trabajo de crecimiento personal no reside, por tanto, en eliminar las emociones desagradables, sino en cambiar el modo en que afrontamos las circunstancias de la vida.
Si logramos transformar nuestra relación con lo que nos ocurre, modificaremos también la percepción y las emociones asociadas cuando vivamos situaciones parecidas en el futuro.
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¿Y cómo se logra esto?
En mi consulta trabajamos en terapia siguiendo los siguientes pasos:
Localizar el origen del malestar: Identificamos la raíz, no solo el síntoma actual.
Comprender lo que ocurrió: Asimilamos nuestro pasado sin permitir que continúe determinando quiénes somos o cómo vivimos.
Trabajar para que no nos siga afectando ni dañando: Utilizamos técnicas terapéuticas para sanar las heridas del pasado y, de esta forma, liberamos el presente.
Crear nuevos patrones: Desactivamos antiguos pensamientos dañinos y elaboramos nuevas formas no nocivas de afrontar circunstancias parecidas.
Construir nuevos recursos vitales: Creamos nuevas formas de sentir y vivir las emociones, esta vez desde la comprensión, la resiliencia y la autocompasión.
Aprender a escuchar nuestras emociones, en lugar de rechazarlas, es un paso esencial hacia el bienestar y el equilibrio emocional.
Ramón Soler, Psicólogo


